sábado

Era el jardín más fantástico del mundo. Bañeras de colores corrían de un lado a otro, haciéndose cosquillas o tomando el té. Había estado alguna vez allí, con ella y siempre me quedaba sin palabras, como un tonto. Lo peor era que los pajaritos de las jaulas lo sabían y se reían de mí, e incluso a veces me levantaban unos metros del suelo y me hacían volar con ellos. La verdad, es que a mí me daba un poco de miedo, algunos días intentaba hacerme el duro para que no se diera cuenta de mi miedo a las alturas, siempre se quedaba en el intento, pero ella no se reía. La chicapájaro sonreía un poco y piaba, y entonces volvían a dejar mi esqueleto en el suelo y me sacudían el polvo del frac.
-¿Chicapájaro?- dije, en bajito.
Y justo en ese instante una bañera pequeñita se acerco a mí con una media sonrisa en su boca desconchada.
Le acaricie la tripa y dio cuatro volteretas hacía atrás, loca de contenta.
-¿La has visto?¿Está aquí?- le pregunté.
Ella asintió (como siempre lo hacía sin mirar a los ojos pero sin dejar de sonreír) y se fue trotando.
Pensé que quería que la siguiera, así que atravesé el jardín corriendo apretándome la caja de bombones contra el pecho.
Entonces la vi.
Revoloteaba al final del jardín, sobre el gran acuario de peces de agua salada.
Les echaba comida y los peces la miraban de una forma tan tierna.
Me acerqué tímidamente (como si no hubiese hablado nunca con ella) y volví a llamarla.
Ella se giro y al verme allí sonrió. Si hubiera cuidado mi corazón en ese momento habría empezado a darme saltos mortales en el pecho, pero como el muy cobarde había huido, solo note corrientes de aire.
-Yo, bueno.. estaba abierto- dije.
Ella se acercó a mí y descendió hasta que pudo tocar las margaritas con la planta de los pies.
Estaba descalza, pude ver como unos metros más allá estaban sus zapatos peleándose.
-Les da miedo volar, ya sabes- dijo, intentando disculparse.
Yo sonreí, y notaba como me empezaban a temblar las manos y los mofletes enrojecían.
Me moría por echar a correr, recoger las peonias tristes que le había traído
y esconderme debajo de la cama de mi habitación.