jueves

Nunca fuiste tan francesa como en aquel viaje en autobús. No solo eran las boinas que te empeñaste en llevar en tu maleta vieja, también era el aire que tenias, la manera de moverte o sonreír. Te bauticé Paulette (pronunciando todas las letras, como solo yo sabía hacerlo) precisamente por eso. Y es que siempre me llamó la atención, que siendo francesa te llamaras Paula. Quizás tuvimos que hacer ese viaje para que te bautizara como Paulette. Quizás tuvimos que querernos como se quiere la gente joven, como si se nos fuera la vida en ello para darnos cuenta de que tu eras Paulette, pronunciando todas las letras, y yo Marcos y no Mar, como me llamaba la gente por esos tiempos. Mar no es un nombre para un chico con los ojos negros, me dijiste cuando te dije mi nombre. Y creo que en ese momento empecé a quererte, con tu boina torcida y aquel vestido de lunares que te quité la primera vez que te vi desnuda. ¿Y tú, Paulette? ¿Cuando empezaste a quererme? ¿Cuando se dio cuenta la chica que coleccionaba chicas con el pelo largo que quería al chico al que le robaba las camisetas y se las ponía sin sujetador?

Como me gustaba que hicieras eso, ¿te acuerdas?. Ese viaje, con Raquel, Ramón y los demás, te pusiste un montón de veces mis camisetas. Cuando te las ponías decías que olías a mí, y yo sonreía cuando lo decías y se me notaba un poco en la cara que estaba enamorado de ti. Me acuerdo que Julia me interrogó un día, y me saco que estaba colado por ti. ¡Como para no estarlo! Me dijo. Como para no estarlo, con esa forma que tenías de sonreír.
Estabas hecha para que se enamoraran de ti, chica francesa.
Y yo estaba hecho para que tú me quisieras toda la vida.

Dicen que si quieres conocer a Raquel puedes hacerlo aquí.