sábado

Tenía pájaros en la cabeza, inquietos, incluso algunas veces, los llevaba en la mochila para protegerlos de la lluvia. No solía hablar mucho, solo cuando se sentía bien con aquello que latía en su pecho, pero cuando hablaba solía decir un montón de verdades que hacían que la quisieras mucho durante dos horas al menos.  Luego callaba, se tocaba el pelo y a ti se te olvidaba como sonaba su voz y solo te quedaba aquel murmullo que usaba con sus pajaritos. Algunos días la encontrabas en los parques y bailaba dando largas vueltas con sus brazos estirados, a mi me daba frío verla sin abrigo con sus muslos flacos, pero sabía que ella era de otra pasta más fuerte y menos endeble que la mía. Por eso yo no temía por ella, y mientras de mi boca salía tos de constipado, ella corría y bailaba con el viento que sacudía la ciudad.

Yo habría corrido por las calles con ella, pero siempre fui un poco hipocodríaco y me daba miedo tropezar o pillar un resfriado de los grandes. Así que siempre la miraba detrás del cristal o debajo de mi paraguas y solo cuando ella se acercó para hablarme tuve el valor de agarrar su mano y correr por las calles con ella. Una carrerita de nada, no creas que conseguí valor para algo más, pero fue lo suficiente para que me dejara echarle mi frac remendado por los hombros, y en un despiste rozarle la mejilla hasta ponérsela colorada.